Puedo Llegar Tarde a La Santa Misa

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¿PUEDO LLEGAR TARDE A MISA? El Catecismo señala en su punto 2042 que hay una obligación importante para el cristiano católico: “Oír Misa ENTERA los domingos y demás fiestas de precepto”. No sólo es el tercer mandamiento de la ley de Dios, sino que es el primer precepto o ley de la Iglesia. Es importante que nos quedemos con estas palabras: “MISA ENTERA”. Debemos participar de la misa completa los domingos y las fiestas de guardar. Falta a este mandamiento también quien llega tarde a misa. Si se llega tarde, la misa no vale. ¿Qué no decir de la persona a la que regularmente y/o por costumbre le gusta llegar tarde a misa? Tener el hábito de llegar tarde es sinónimo también de despreocupación y la persona es culpable de acedia. Se denomina propiamente acedia o acidia a la pereza en el plano espiritual y religioso y esto ya es pecado muy grave y en estas circunstancias, antes de comulgar la persona se debería confesar.    Mientras haya pecados mortales o graves no se puede comulga...

Los Pastores De Belen


Había en la misma comarca algunos pastores que dormían al raso y vigilaban por turnos durante la noche su rebaño. Se les presentó el ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió en su luz, y se llenaron de temor; el ángel les dijo: – No teman, pues les anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor: esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

De pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: – Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace.

Y sucedió que cuando los ángeles, dejándolos, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos lo ha manifestado.

Y fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño, y todos los que los oyeron se maravillaban de lo que los pastores decían.

María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho” (Lucas 2, 8- 20).


Los primeros en conocer el nacimiento de Jesús en Belén, fueron unos pobres y sencillos pastores; un ángel del Señor les anunció el gran acontecimiento, y ellos fueron de aprisa a constatar el hecho. Otra vez la pobreza y la humildad ocupan el primer lugar. Dios se revela a los pobres y humildes que tienen su corazón abierto para Él. Es un hecho constante en la Historia de la Salvación.

¿Por qué no escogió Dios para revelarles el cumplimiento de su promesa y el nacimiento de su Hijo Jesús a los Sumos Sacerdotes de Israel, a los Doctores de la Ley, o a los Escribas y Fariseos?… ¿Acaso no eran ellos los más indicado?… ¿Por qué eligió a unos humildes y sencillos pastores que incluso eran tenidos por ignorantes y pecadores?…

La respuesta es sólo una. Para conocer a Dios, para encontrarnos con Él, para “sentirlo”, para percibirlo, es necesario, imprescindible, ser pobres en el espíritu, sencillos, humildes, tener el corazón desprendido de las riquezas, vacío de nosotros mismos, y abierto y disponible para recibirlo. El apego a los bienes materiales y la consideración exagerada del propio yo, son obstáculos que nos impiden tener la sensibilidad necesaria para descubrir a Dios en el mundo, en nuestra vida personal, y para acogerlo en nuestro corazón.

Los Sacerdotes, los Doctores de la Ley, los Escribas y Fariseos estaban seguros de “su verdad”, encerrados en ella, no les interesaba nada más, ya sabían lo que había yque saber, ya conocían de Dios lo que se podía conocer, no esperaban más, no creían que pudiera haber más; habían creado un Dios a su medida y ese Dios no podía salirse de los cánones que ellos mismos le habían señalado; todo estaba dado, todo estaba ya dicho, sólo había que esperar que las cosas sucederían como su “razón” les indicaba que debían suceder; el Mesías, el Salvador prometido y anunciado sería seguro un gran Rey, un hombre importante nacido de una madre y un padre igualmente importantes. Lo que había sucedido en Belén estaba por fuera de toda lógica.

Pero Dios es siempre nuevo, siempre distinto, no se agota a sí mismo, no se puede encerrar en leyes ni presupuestos, no se puede ponerle normas, no se puede señalarle caminos, Él sabe lo que hace y por qué lo hace, sabe lo que hace y cómo lo hace, sabe lo que hace y con quién lo hace; Él sabe a ciencia cierta quien lo ama de verdad, quien lo busca con sincero corazón, quién lo desea y necesita, quién reconoce su pequeñez frente a su majestad; por eso escogió a los pastores, primero para nacer entre ellos, a su manera, y luego para dárseles a conocer, para que ellos fueran los primeros en saber la gran noticia.

Los pastores, hombres pobres y humildes, escucharon el mensaje del ángel, lo aceptaron, y se pusieron en camino hacia el lugar que les había señalado, porque nada les impedía creer en lo que les había dicho. Tenían su corazón libre, sin ataduras, abierto y disponible para recibir el mensaje de Dios y para acoger a su Mesías; lo esperaban, estaban ansiosos de que llegara, sabían que con Él vendría a Israel la salvación prometida tantas veces y anunciada por los profetas.

Fueron al lugar indicado y encontraron al niño como les había dicho, entonces le ofrecieron sus dones, que en verdad eran bien pocos, porque eran pobres, contaron a María y a José la visión que habían tenido sobre su hijo, y lo adoraron como su Salvador. Después regresaron al campo “alabando y glorificando a Dios por lo que habían oído y visto” y quienes los oían se maravillaban de lo que decían.

San Lucas no nos dice nada al respecto, pero es de suponer que los pastores que recibieron el mensaje del ángel y fueron a adorar a Jesús, el Mesías Salvador, comunicaron la buena nueva de su nacimiento a todos sus amigos y conocidos, convirtiéndose así en los primeros evangelizadores.

Es que cuando uno toma conciencia de Dios, cuando Dios se le hace presente, se le da a conocer de cualquier manera que sea, uno no se puede quedar callado, sino que tiene que decirlo, tiene que anunciarlo a los demás, tiene que proclamarlo para que sea conocido, amado y glorificado por todos. Dios es un regalo que se recibe y que se da, se comparte, se comunica.

El Evangelio termina diciendo que María “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”, y yo me atrevo a asegurar que José hacía lo mismo. Aunque no lo necesitaban porque su fe era firme, sin vacilaciones ni dudas, estos acontecimientos aparentemente sin importancia, era la confirmación del mensaje que cada uno de ellos había recibido de Dios en su momento y en sus circunstancias particulares, la confirmación del maravilloso secreto que compartían con Dios.

Alegres y fortalecidos en su fe y en su esperanza, María y José se entregaron al amor de Jesús y se dispusieron a desempeñar con lujo de detalles, la misión que Dios Padre les había confiado.

Los pastores de Belén nos invitan hoy:

  • a abrir nuestro corazón a las manifestaciones que Dios nos hace de sí mismo, en las diversas circunstancias de nuestra vida,

  • a hacernos humildes y sencillos para descubrirlo con mayor facilidad y escuchar su mensaje con más disponibilidad,

  • y a llevar por el mundo la buena noticia de la presencia de Jesús en nuestro mundo, como nuestro Salvador,  

  • TOMADO DE

  • NAVIDAD ES JESUS



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